Jugaba la muchacha en su aposento, mirando hacia abajo donde el humo negro era abundante y llenaba toda la superficia. Era una costumbre diaría, habitual pero divertido.
Pasaban largas horas que no existían mirando abajo, aunque hacía ya un tiempo que se cansaba de mirar. Porque estaba descubriendo como unos se dañaban a los otros y eso no le resultaba divertido. Un día, su vecina fue a visitarla con un mensaje.
- Debes bajar, ha llegado tu momento.
El miedo se apoderó de la muchacha mientras pensaba que le esperaría allá abajo, que le depararía ese mundo. Así que poco a poco, cogió sus objetos más necesarios, un poco de la herida de aquí, un poco de la herida de allá... y dejó atrás todos los recuerdos. Hubiera preferido ser una lágrima de felicidad, pero de esas ya quedaban pocas, que afortunadas ellas.
El proceso empezó a realizarse... primero enrojeció los ojos de su dueña... los empañó suavemente y, acariciando la mejilla cayó repentinamente al vacío, hasta el frío asfalto de la calle.
Allí solitaria y con las penas robadas de su dueña... se encontró con otra gota similar.
- ¿Tu eres una de las pocas lágrimas de felicidad? ¿O eres como yo?
- No, yo soy una gota de lluvia. Ojalá pudiera, como tu, quitarle las penas a alguien.
To be continued...